jueves, 22 de marzo de 2012

¿Cómo grabamos el disco?


Uno puede creer que grabar un disco es disponer los micrófonos, poner REC y tocar. Pero el hecho de estar grabando - estimo - es apenas un 5 % del tiempo que precisa grabar un disco. Hay tantas decisiones previas a grabar, tantas cuestiones entre las grabaciones y tantas otras después de grabar que justifican y hacen necesaria la existencia del productor. En este primer disco de Destruyan a los robots me puse en ese rol.
En principio tuve que tomar una decisión fundamental: si se iba a tratar de un disco con cierta unidad o una colección de canciones. Elegí la primera y ciertamente la más difícil opción. Todas las canciones tendrían el mismo sonido, la misma estructura instrumental, el mismo sonido de batería, de bajo y de guitarra. Por supuesto que esta homogeneidad sonora sería un horizonte, cada tema tiene su particularidad y a ella había que atender. Pero la idea era que cada tema pudiese ser reconocido como perteneciente a este disco y a ningún otro.
Otra parámetro que definió la particularidad del disco fue que no me vería limitado por ningún factor que pudiera estar a mi alcance controlar. En efecto, la calidad de los equipos de grabación y la capacidad técnica y creativa fueron, indudablemente, limitantes relativamente dados. Pero no son estas limitaciones a las que me refiero. Más bien me comprometí a no ser afectado por el cansancio, ni el tiempo. Lo único que importaría sería la toma que me dejara conforme, el sonido que estaba buscando. Probaría cualquier sugerencia o cualquier idea y no descartaría nada sin antes haberlo grabado y probado. Así grabé horas de guitarras, invertí tardes enteras en quizá unos pocos compases, abandonando la grabación cuando estaba cansado y sentía que ya no tenía sentido seguir en esas condiciones, para retomar al otro día, más fresco. Grababa ideas en el celular cuando estaba fuera de casa o las anotaba en una libreta. Hice grabar muchas variantes de bajo y batería y después pasaría horas editando y probando las mejores combinaciones. Fernando y Tanko entendieron perfectamente la idea de la mecánica de la grabación y , con mucha confianza, se comportaron en ocasiones como verdaderos sesionistas de los temas que ellos mismos habían arreglado meses atrás en la sala de ensayo.
Nunca nada estaba cerrado, haber terminado de grabar las baterías no implicaba no poder sobregrabar si surgía alguna buena idea. Lo importante era lo que quedara mejor.
De esta manera, gran parte del disco fue compuesto durante la grabación.

La etapa de grabación de voces fue la más divertida. Me junté con la banda para terminar de cerrar algunas ideas sobre las letras. Estuve una semana en la playa componiendo arreglos de voces. Para inspirarme escuché durante al menos dos meses exclusivamente a los Beach Boys. Me olvidé de que las canciones tenían instrumentos y me dediqué a las voces como si se tratará de un disco coral. Aunque no se note, las voces solas podrían ser publicadas como canciones. Es más, en algún momento postearemos algunos de esos arreglos en este sitio.
Creo que pudimos concretar un objetivo que tenía en mente desde hace años: producir un disco sutilmente rico. Que en una primera escucha pueda apreciarse simplicidad pero que con una escucha atenta puedan apreciarse más cosas.
Como verán, mi compromiso con el disco fue total. Pasé por etapas en que pensé que no lo terminaría jamás, o más bien que no era técnicamente capaz de producir lo que sonaba en mi cabeza. A más de un año de iniciada la grabación sentí la necesidad intempestiva de terminarlo y de seguir con otra cosa; el disco ya era un peso sobre mi espaldas y no tanto un proyecto disfrutable.
Al intentar mezclarlo me dí cuenta de que, además de haberme metido en camisa de once varas, ya no tenía objetividad musical. Por algo el músico no es el productor, y por algo el productor no mezcla el disco. Podía estar mezclando el disco y querer grabar una guitarra nueva, o modificar un verso de la letra. La idea de no tener límites se había vuelto tóxica, contraproducente.
Ahí decidimos entregar el disco a nuestro amigo y experto ingeniero de sonido, Miguel Canel, para que lo mezcle y lo masterice. En eso estamos ahora. Él me envía versiones por mail y yo le respondo.
(En unos días le voy a dedicar un post a Miguel y a la figura del masterizador).

En un momento pensé que este disco debía ser mi techo, que esto debía ser lo mejor que yo pudiese hacer. Ese pensamiento convirtió a la grabación en una empresa necesariamente imposible y, por ende, frustrante.
Por suerte cambié de opinión. Este disco es, sin duda, lo mejor que hemos hecho junto a Fernando y Tanko. Pero el próximo disco de Destruyan a los robots va a ser mejor.

2 comentarios:

  1. Según lo veo, hay dos formas de ser groso: o ser un genio o ser medio obsesivo compulsivo. O un poquito de los dos.

    ResponderEliminar
  2. Edgar Alan Poe decía que el arte es 30% inspiración, 70% transpiración. En mi caso, es casi todo transpiración.

    ResponderEliminar

Dejanos aquí tu comentario!